Malta o Chipre para tus prácticas en Europa: la historia de un verdadero dilema mediterráneo

Siempre es lo mismo cuando quieres hacer unas prácticas en el extranjero: sueñas con sol, mar turquesa, un ambiente relajado… pero tampoco quieres sacrificar tu experiencia profesional. Así que miras un mapa de Europa, localizas los rincones más soleados, y dos nombres te saltan a la vista. Malta. Chipre. Dos islas. Dos países. Dos pedazos del Mediterráneo que lo tienen todo para gustarte. Y ahí te bloqueas. Porque, sinceramente, no es tan fácil elegir entre los dos. Yo pasé por eso. Y créeme, dudé durante mucho tiempo. Casi tiro una moneda al aire.

Lo que te propongo aquí no es un ranking ni una tabla comparativa con estrellitas y puntuaciones sobre diez. No. Lo que voy a hacer es contarte lo que descubrí investigando ambos destinos. Lo que sentí hablando con quienes ya estuvieron allí. Y sobre todo, lo que me habría gustado leer antes de elegir. No es una ficha turística, ni un artículo desinfectado, solo una experiencia sincera, con dudas, sorpresas, líos y auténticos flechazos.

Malta, para empezar, es una isla diminuta, pero rebosa historia. Cuando pones un pie en La Valeta, sientes de inmediato que estás en un lugar especial. Las calles empinadas, los balcones coloridos, las piedras antiguas, los pequeños autobuses amarillos… parece un decorado de película. Notas la influencia británica en los enchufes y en la conducción por la izquierda, pero también la herencia italiana en las pizzas, e incluso la árabe en el idioma maltés, que es una mezcla improbable de árabe, latín y no sé qué más. Es viva, vibrante, a veces un poco caótica, pero te acostumbras rápido. Y luego está el mar. Por todas partes. Estés donde estés, nunca estás a más de treinta minutos del agua. No es necesariamente ese tipo de playa de arena blanca infinita, pero sí calas rocosas, bahías escondidas, lugares perfectos para darte un baño después de un día de prácticas.

En Chipre, la primera impresión es distinta. Primero porque la isla es mucho más grande, así que sientes menos ese lado de “todos se conocen”. Es más extensa, más variada también. En una hora de coche, pasas de la playa a la cima de una montaña, de ruinas antiguas a una estación de esquí (sí, nieva en Chipre, aunque no es lo primero que imaginas). La ciudad de Limassol me sorprendió. Moderna, limpia, tranquila, con restaurantes de moda, gente muy relajada. Nicosia, la capital, es más cruda. Lo que más me marcó fue el muro. La línea verde que divide la ciudad en dos. Sur griego, norte turco. La ves, la sientes, pero puedes cruzarla. Y eso es bastante único, tanto desde lo humano como desde lo cultural.

Cuando hablamos de prácticas en el extranjero, hay un criterio que a menudo se evita, pero que en realidad es esencial: qué tan fácil te vas a integrar. En Malta, me pareció bastante sencillo. Hay muchos extranjeros. Prácticantes, estudiantes Erasmus, gente que viene a aprender inglés, nómadas digitales… Nunca estás solo por mucho tiempo. La gente habla inglés en todas partes, incluso los mayores, incluso en los pueblos más pequeños. Y como todo es pequeño, enseguida vuelves a ver las mismas caras. Si eres mínimamente sociable, harás amigos rápido. El ambiente es joven, dinámico, a veces un poco ruidoso, pero lleno de vida.

En Chipre, es un poco más lento. Menos gente, menos mezcla, más tradiciones. Quizás necesites más tiempo para crear vínculos. Pero una vez que te aceptan, es sólido. La gente es cálida, generosa, muy enfocada en la hospitalidad. Te ofrecen un café, te preguntan de dónde vienes, te invitan a quedarte a comer. Y ahí hay que hablar de la comida. En Malta, probé los pastizzi, esos pequeños hojaldres rellenos de queso o guisantes: una delicia. Pero se nota que la cocina está pensada para ir rápido. Muchos restaurantes internacionales, platos para comer al paso. En Chipre, es lo contrario. Se toma tiempo para comer. Se comparte. Se piden mezze. Se pasa horas en la mesa. Y se bebe vino local, a menudo muy bueno. Si te gusta comer, comer de verdad, vas a disfrutar muchísimo en Chipre.

Hablemos ahora del trabajo. Las dos islas tienen sus sectores clave. En Malta, todo gira en torno al turismo, las escuelas de idiomas, el marketing digital y el gaming. Hay muchas empresas que buscan practicantes, y también mucha demanda. Puedes acabar en una oficina internacional con colegas de cinco países distintos. Es estimulante, pero a veces un poco impersonal. En Chipre, hay menos ofertas, pero me parecieron a menudo de mayor calidad. ONGs, instituciones, empresas locales dispuestas a implicarte de verdad. Menos rotación, más seguimiento. Si quieres unas prácticas con verdaderas responsabilidades, Chipre puede ser una muy buena elección.

Y luego está la vida fuera del trabajo. Porque unas prácticas no son solo 35 horas semanales frente a una pantalla. También es lo que haces por la noche, el fin de semana, cuando te pierdes en una callejuela, cuando descubres un mercado, cuando ves la puesta de sol con otros jóvenes venidos de otros lugares. En Malta, hay muchas fiestas, a veces demasiadas. Está muy orientado al ocio nocturno. Clubes, bares, eventos. Puedes dejarte llevar fácilmente por un ritmo intenso. Chipre es más tranquilo. Puedes salir, claro, pero también puedes simplemente pasear por la costa, ir de excursión por la montaña o pasar la tarde leyendo en una cafetería. Hay más silencio, más espacio, más naturaleza.

El último punto que quiero tratar es el coste de vida. En Malta, se ha vuelto caro. Muy caro, incluso, en algunos aspectos. Especialmente el alojamiento, que es un verdadero dolor de cabeza. Pocas ofertas, mucha demanda y precios que suben rápido. Puedes acabar pagando una fortuna por una habitación en un piso compartido mal ubicado. Chipre es más accesible. Con el mismo presupuesto, tienes más espacio, más comodidad. Y la comida es, en general, más barata. No lo es todo, claro, pero cuando eres practicante y cuentas cada euro, eso puede marcar la diferencia.

Así que ya ves. No tengo una respuesta universal. No voy a decirte “elige Malta” o “elige Chipre”. Sería demasiado fácil, y sobre todo, no sería sincero. Lo que sí puedo decirte es que si buscas unas prácticas donde mejorar tu inglés, divertirte y conocer gente fácilmente, Malta es una opción estupenda. Pero si quieres algo más tranquilo, más auténtico, con una vida más pausada, más espacio, y una verdadera inmersión en la cultura mediterránea, entonces Chipre puede ser una elección maravillosa.

En cualquier caso, vas a aprender. Vas a descubrir. Vas a salir de tu zona de confort. Y vas a volver cambiado. Y en el fondo, eso es lo más importante. No importa la isla, mientras te embarques con ganas de vivir algo real.

Lo que realmente vas a recordar

Sabes, de tanto comparar países, culturas, destinos, acabamos creyendo que hay una elección correcta y una equivocada. Como si ir a Malta garantizara unas prácticas perfectas o si elegir Chipre te evitara todos los líos. Pero la realidad es más matizada. Porque unas prácticas en el extranjero no se reducen a un destino. Son una suma de pequeños momentos, encuentros, ajustes, imprevistos, golpes de suerte y días difíciles. Es tu capacidad de adaptarte, de observar, de escuchar, de cambiar un poco cada día.

Lo que vas a recordar de esta experiencia no será solo la playa a la que ibas cada sábado, ni el color de los edificios alrededor de tu oficina. Tal vez será aquel señor mayor que te ofreció un café en Chipre sin pedirte nada a cambio, solo porque le pareciste simpático. Tal vez será aquella noche en la que te perdiste en las callejuelas de Mdina, en Malta, y te sentiste extrañamente en paz, solo pero no del todo. Seguramente también serán esas mañanas en las que no tenías ganas de ir a tus prácticas, en las que te preguntabas qué hacías allí, y en las que, dos horas después, un detalle lo cambió todo: una sonrisa, una conversación, una tarea que te hizo sentir orgulloso.

Ese tipo de experiencias no se encuentran en una guía turística. No se pueden anticipar en una ficha Erasmus. Ocurren porque estás allí, en otro país, en otro idioma, lejos de tus referencias habituales. Te obligan a reinventarte un poco. A mirar el mundo con más atención. A hacer preguntas en lugar de dar respuestas automáticas.

Y además, vas a conocer gente. Otros becarios como tú, que vienen de Italia, Alemania, Croacia, Portugal. Vas a charlar con ellos, tomar cervezas en bares que nunca volverás a encontrar en Google Maps, reírte de vuestros errores lingüísticos, compartir vuestras batallas administrativas. Algunos no los volverás a ver jamás, y con otros mantendrás un vínculo, incluso diez años después. Porque hacer prácticas en el extranjero también es crear una pequeña comunidad a tu alrededor. Una constelación de nombres, de caras, de recuerdos compartidos.

Vas a aprender. No solo sobre tu área de prácticas, sino sobre ti mismo. Vas a descubrir que eres más adaptable de lo que pensabas, que puedes sobrevivir sin tu queso favorito, que eres capaz de improvisar una cena para seis con tres tomates y un paquete de pasta, que puedes hacerle preguntas en inglés a un director de hotel sin temblar. Vas a ganar confianza. Vas a crecer.

Vas a aprender. No solo sobre tu área de prácticas, sino sobre ti mismo. Vas a descubrir que eres más adaptable de lo que creías, que puedes sobrevivir sin tu queso favorito, que eres capaz de improvisar una cena para seis con tres tomates y un paquete de pasta, que puedes hacer preguntas en inglés a un director de hotel sin temblar. Vas a ganar confianza. Vas a crecer.

Así que no importa la elección que hagas. Malta, Chipre, o cualquier otro país. Lo que importa no es el lugar. Es lo que vas a vivir allí, cómo te lo apropiarás, lo que decidas hacer con esa experiencia. Y eso, está en tus manos. El verdadero viaje es el que construyes, no el que simplemente atraviesas.

Y si algún día vuelves a dudar, acuérdate de esto: no es el lugar lo que hace la aventura, sino lo que estás dispuesto a vivir.

Entonces, ¿Malta o Chipre? Ya me lo dirás.